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En la década de los sesenta se desarrolló una de las mayores revoluciones del siglo XX que tuvo su punto culminante en mayo del 68. En esa época la gente de raza negra (lo de afroamericanos es una tontería políticamente correcta) estaba absolutamente marginada y con los derechos sociales recortados. Un grupo de ciudadanos norteamericanos blancos lanzó entonces el famoso lema “Yo también estoy orgulloso de ser negro” como una forma de solidarizarse con el racismo de estado. En esa época Martin Luther King se erigió como un líder y pronunció su famoso discurso “I had a dream….”. Ya entonces los negros destacaban en todas las facetas que les dejaban: eran los mejores atletas y los mejores músicos y lo siguen siendo en gran medida, quizás porque los siglos de esclavismo les han dado unos genes de supervivencia que los hace en gran parte superiores en resistencia deportiva y en sensibilidad artística. Más de cuarenta años después Obama se ha convertido en el primer presidente negro de los EE.UU. y Mandela es ya una de las personas más importantes de la historia de la humanidad por su personalidad y humanismo.

En Rebuzzna hemos acogido este lema y lo hemos adaptado a nuestro vocabulario y a nuestro entorno y rebuznamos “Yo también estoy orgulloso de ser burro”, porque los burros también somos animales que hemos sido marginados y su nombre se utiliza como insulto a la falta de inteligencia. Nosotros abogamos por otro tipo de inteligencia, la emocional, el saber estar, el saber convivir en sociedad con los humanos (más animales a veces que los propios burros), la educación, la solidaridad, la cooperación, esas son nuestras palabras clave. Los burros somos también tenaces y trabajadores, somos tercos y cabezotas cuando creemos en algo, somos tiernos y cariñosos con la gente, somos una forma de transporte sostenible, vivimos en la naturaleza y con la naturaleza, somos humildes y sobre todo somos fuertes, porque la vida nos ha hecho fuertes. Al igual que pasó en los sesenta  estamos inmersos en una revolución, la revolución de los que no creemos en la uniformidad, no creemos en los lideres, no creemos en la inteligencia domesticada, no creemos en las personas, creemos en los burros, somos burros porque al final, debajo de nuestra piel de burro tenemos lo que hay que tener: un corazón y un cerebro, que, por muy pequeño que parezca, sabemos utilizarlo, es nuestra arma definitiva.

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